Adam Rorris
Adam Rorris es economista, especialista en el campo de las relaciones internacionales, finanzas públicas, análisis de costos, análisis político y desarrollo de capacidades. Como economista, en su análisis y resolución de problemas, aplica los métodos de la economía política para encontrar las respuestas más realistas y efectivas a las interrogantes. Trabajó en calidad de asesor principal de políticas para agencias de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Banco Asiático de Desarrollo y realizó distintos trabajos para varios gobiernos, entre ellos Australia, la región de Asia y el Pacífico. Ha trabajado como asesor principal del gobierno de Austria en sistemas de financiación a gran escala para el sector educativo, así también participó en la realización de importantes proyectos de sistemas educativos en Vietnam e Indonesia. Como líder estudiantil, participó en la organización de actividades antifascistas en universidades de Australia. Tiene un postgrado en Economía de la Universidad de Sídney.
El virus del fascismo: entonces y ahora
El siglo pasado el mundo se levantó temeroso cuando un virus inminente amenazó a todos quienes se encontraban en su camino. Ese virus no conocía fronteras y mató a millones y destruyó la vida de muchos más. Ahora sabemos que el fascismo es un virus producto de la ingeniería social. Él ha demostrado que es imposible eliminarlo de una vez por todas. Es un patógeno recurrente que afecta a las sociedades de todo el mundo, y lo vemos nuevamente en nuestro tiempo. Lo vemos emerger en varias formas y niveles de peligrosidad.
Pero sea cual sea su mutación cultural y organizativa, está mapeado por un ADN común: la defensa de la élite a través de la xenofobia, el nacionalismo y el militarismo
Si queremos contenerlo y desterrarlo una vez más, debemos comprender el daño que inflige. Y, por supuesto, recordar la sangre y el sacrificio que demandará si se le permite desfilar nuevamente.

Escribo desde Australia, un país alejado del crisol del fascismo. Sin embargo, escribo con gran preocupación sobre la necesidad de recordar lo que significa el fascismo. No con un propósito académico remoto, sino porque sabemos por nuestra historia que su mensaje e impacto es global y catastrófico.
Los escuadrones fascistas aparecieron en ciudades australianas a principios de la década de 1930 por la misma razón por la que surgieron en Italia, Alemania y otras ciudades europeas en ese momento, como una forma de contener los movimientos de trabajadores que desafiaban el orden establecido
A medida que la economía nacional se tambaleaba durante la Gran Depresión, muchos en el movimiento obrero organizado de Australia se inspiraron en los resultados del experimento soviético. Se inspiraron en el intento real de una sociedad alternativa que pudiera reemplazar la explotación del capitalismo con algo más humano. Los operadores fascistas que aparecieron dando discursos en las calles de Australia en la década de 1930, cumplieron el mismo propósito que sus encarnaciones actuales: una última línea de defensa violenta contra cualquier intento de cambio social.

Los australianos se unieron de todo corazón a la guerra contra el fascismo. Los trabajadores australianos iniciaron ese camino incluso cuando su propio gobierno nacional era tímido frente al militarismo japonés que brotó en la región de Asia y el Pacífico. En 1938, después de que Japón ingresó a Nanjing en China y cometió grandes atrocidades, los trabajadores portuarios australianos del puerto de Wollongong se negaron a cargar mineral de hierro en un barco con destino a Japón. Ellos pudieron percibir los peligros del fascismo en Europa y el militarismo de Japón como una afrenta y un desafío para la humanidad. El gobierno conservador de la época trató de presionarlos para que capitularan y cargaran el hierro, pero resistieron durante 11 semanas sin paga y bajo la amenaza de perder sus empleos. Se solidarizaron con las víctimas del fascismo y el militarismo emergentes al otro lado del mundo.

Cuando Australia finalmente entró en la guerra junto a los Aliados, no hubo escasez de voluntarios: casi un millón de hombres y mujeres tomaron parte durante la Segunda Guerra Mundial, de una población de apenas siete millones.
Ellos lucharon en Europa y en Asia para derrotar al fascismo. Mientras lo hacían, muchos llegaron a apreciar el sacrificio heroico del pueblo soviético que soportaba la peor parte de la agresión nazi
Durante la guerra, se convirtió en un motivo de preocupación para el ejército cuando los soldados australianos aplaudían en voz alta y gritaban "Tío Jo" mientras se mostraban imágenes de Stalin junto a Churchill y Roosevelt, en las películas cortometraje sobre la guerra.

Cuando terminó la guerra, Australia volvió a ser Australia. Un programa masivo de inmigración acogió a la gente de una Europa devastada, en el marco de un plan de reconstrucción el país. Estos inmigrantes fueron los despojos de lo que la agresión nazi había hecho en el continente europeo. Mis propios padres eran inmigrantes de Grecia. Un país que sufrió mucho bajo la ocupación alemana, y luego por un conflicto civil que fue ayudado e incitado por las fuerzas inglesas y luego por las estadounidenses. El deslizamiento hacia la Guerra Fría impulsó a muchas personas a irse a Australia y a otros países del "nuevo mundo". Sus maletas pueden haber estado vacías al llegar, pero sus corazones y mentes estaban llenos de miedo y odio a la guerra y lo que ésta acarrea consigo.

Muchos de esos nuevos inmigrantes a Australia se unieron a la clase trabajadora y su movimiento laboral. Incluso cuando Australia se movió rápidamente a la órbita estadounidense durante la guerra fría, la memoria colectiva sobre el fascismo y el militarismo permaneció dentro del Partido Laborista Australiano socialdemócrata, así como en otras organizaciones más principistas. Cuando Australia se unió a los EE. UU., en la guerra contra Vietnam, en el país se inició un movimiento de resistencia contra el nuevo militarismo. Un poderoso movimiento, construido durante la época de bonanza, finalmente logró poner fin a la participación de Australia en esa guerra que mató a millones. Menos de veinte años después de que terminara esa guerra, me encontré trabajando codo a codo con colegas en el Ministerio de Educación en Vietnam a medida que se reconstruía un nuevo sistema educativo. La necesidad de crear, había superado el deseo de destruir.

El siglo XXI encuentra a Australia próspera pero no libre de conflictos. La distribución extremadamente desigual de la riqueza está produciendo tensiones dentro de la sociedad. Una sociedad altamente multicultural ha tenido que negociar y luchar contra una sofisticada campaña de las fuerzas de extrema derecha que llevan el típico cóctel de ADN fascista: xenofobia, nacionalismo y violencia. Por ahora deambulan en el espacio del internet, pero en cualquier momento podrían desear recorrer nuestras calles australianas.
Los fascistas entran en juego cuando los poderosos los necesitan. Sabemos que aprovechan el miedo y la desesperación para dividir las poblaciones. Si queremos evitar que renazcan en tiempos turbulentos futuros, primero debemos recordar toda la violencia y el odio que acarrean consigo a nuestro mundo
No se debe olvidar asimismo el tremendo sacrificio de todos los luchadores y las personas contra el fascismo del siglo XX. El sacrificio del pueblo de la Unión Soviética debería tener un lugar especial en esta conmemoración precisamente porque sufrieron las mayores pérdidas y porque le quebraron la espalda a la agresión nazi.

Australia es un continente que se encuentra lejos del epicentro de las guerras y las hambrunas. Pero nuestra historia nos enseña que nuestro hogar, ésta extensa isla, no es inmune al virus del fascismo. Un virus que contamina el cuerpo y el alma de la política y deja a las poblaciones vulnerables a merced del odio y la desesperación.
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